El Ponte da Pedra, por el que pasan los peregrinos, brinda un excelente punto de partida
08 may 2023 . Actualizado a las 09:55 h.El río Furelos, que nace en las alturas de la sierra de O Bocelo, se precipita hacia el valle de Toques, se amansa después y llega al Ponte da Pedra. Por ahí pasan los peregrinos. Excelente punto de partida.
Así que en pleno Camino Primitivo, a 57,312 kilómetros de la plaza del Obradoiro, el Furelos va a dar una gran vuelta mientras el excursionista —que desde ahí tiene ante sí un magnífico paseo en bicicleta— asciende y lo deja a un par de centenares de metros a su izquierda, semioculto por el bosquete de ribera. Adiós a la Serra do Careón (Red Natura 2000) y adiós al concello de Toques, porque esto es Melide, con su paisaje más amable, con sus eucaliptos, sus granjas y sus viviendas aisladas.
El Camino de Santiago se olvida cuando se elige el desvío a A Revolta y A Martagona y se circula por un asfalto más ancho que el anterior, aunque sin pintar. El Furelos no queda justo al lado, pero es posible tocar sus aguas si se coge cualquiera de los tres desvíos que arrancan sucesivamente a la izquierda y por los que, desde luego, no puede transitar un coche.
Y así se salva otro río que sirve de referencia, y al cual, quizás con un toque irónico, en tiempos pasados alguien bautizó como Grande a pesar de que se trata de un humilde afluente del Furelos. Repitiendo: sirve de referencia, y por el siguiente cruce a la izquierda, simplemente precioso, hacia Petos y al Agro de Petos. Por ahí sí que el excursionista va a llevar el Furelos como inseparable compañero durante un buen tramo.
Al llegar a la carretera nacional, y durante unos metros con mucho tráfico, procede tirar a la izquierda, hacia Palas de Rei, salvar el río y girar a la misma mano para luego reponer fuerzas en una gran área recreativa que hace un par de semanas estaba siendo puesta a punto. Enorme, con piscinas, lugares para el descanso…
Pero no queda otro remedio que continuar río abajo, ahora dejando la corriente a la derecha y buscando el lugar más emblemático: el puente medieval que, por supuesto, figura como romano en mil y un textos. En cualquier caso, palabras mayores, y tras su rehabilitación (no sin polémica) y la prohibición del paso de vehículos ha quedado de sobresaliente. Merece la pena cruzarlo, aunque sea en viaje de ida y vuelta, para contemplar su iglesia y recorrer el entrañable núcleo población.
Río abajo con el campamento de la Xunta a la espalda, se acomete una pista estrecha en malas condiciones que cruza una carballeira —¡magnífica panorámica del río, que no muestra gran anchura!—teniendo en la mente que la siguiente parada va a ser la aldea de Piñor. Desde ahí hacia la corriente eligiendo a la derecha, bordeando una fuente, y, sin cruzar aquella, siempre al sur.
El siguiente objetivo es, sorpresa, Vimianzo. Pero no el Vimianzo antesala de la Costa da Morte, sino una pequeña aldea con su templo puesto bajo la advocación de Santa María. Sorpresa también porque el valle por el que discurría plácidamente el Furelos se ha transformado en estos pagos en un cañón no muy largo pero sí espectacular, que parece apretar sus orillas para impedir el paso del agua, aquí saltarina. Precioso bosque.
Al río le trae sin cuidado olvidar Melide y entrar en el municipio de Santiso. San Paio es la siguiente referencia, con sus prados muy verdes y enormes. El Furelos, agonizante ya, crea un gran meandro, y se despide en Chorén. Ahí sí hay que detenerse porque abunda material para la foto: el viejo puente del siglo XIX y principios del XX —la moderna carretera ya no pasa por él— la reclama, y también el antiguo molino de Naseiro, levantado justo en los últimos —ultimísimos, diría alguien— metros del Furelos, que a veces suavemente, a veces con cierta violencia, mezcla sus aguas con el Ulla.