En estos locales se come primero con la vista. No hay carta. Te acercas a la pescadería -a la del propio restaurante o a la del mercado-, eliges el producto, te lo preparan y te lo sirven. Más fresco, imposible
15 may 2023 . Actualizado a las 09:25 h.
No hay pescados ni mariscos en las despensas de estos restaurantes. Todo el que tienen está a la vista del cliente. En algunos casos, en el propio establecimiento, que cuenta con su pescadería particular. En otros, al estar ubicados en plazas de abastos, en los puestos que los circundan. Y es que nada puede resultar más apetecible que ese producto que te entra por los ojos. Como tampoco puede haber mayor garantía de frescura.
El primer restaurante gallego en contar con pescadería propia fue el Mar Viva, en Corcubión. Que, por supuesto, contaría con un lugar destacado en este reportaje. Por desgracia, su propietario y fundador, Enrique Coo, falleció en un accidente de tráfico el pasado mes de marzo, por lo que, de momento, el restaurante está cerrado.
También cuenta con un puesto de pescadería propio el restaurante Benboa, habilitado desde el 2012 en un antiguo almacén de salgadura en el puerto de Corrubedo. De hecho, la pescadería es lo primero que ve el cliente al entrar en el establecimiento. «Como tiñamos unha cetárea abaixo pensamos que podería resultar atractivo que o peixe e o marisco estivesen á vista e que cada persoa puidese escoller o que quixese no propio restaurante», explica Carlos Brión, responsable del negocio. Y vaya si resultó atractivo. Hasta el punto, reconoce, que hoy son muchos los clientes que van a Benboa precisamente porque se les ofrece esa opción de escoger el producto que después van a comer. «A xente tírase moito máis ao peixe exposto que ao que temos na carta».
La pescadería del Benboa es similar a la de cualquier puesto de una plaza de abastos. Tanto el marisco como cada pieza de pescado se exhiben con su peso y con su precio. El comensal escoge al gusto, decide si lo quiere a la parrilla o al horno e incluso puede ver cómo se va preparando.
Todo el pescado llega a diario de la cercana lonja de Ribeira. La oferta depende de lo que ese día allí se ofrezca. No suele faltar el sargo, los salmonetes, el rodaballo, el coruxo o pescados más económicos, como el xurelo grande, que se prepara abierto a la parrilla. «O que máis saída ten son as pezas arredor dun quilo, para compartir entre dúas ou tres persoas», explica Carlos. En cuanto a los mariscos, los más demandados son los bivalvos, percebes, nécoras y centollos (cuando la veda está abierta) y el bogavante, cuya elaboración estrella es con arroz.
Además del pescado expuesto, la carta del Benboa incluye otras originales propuestas marineras como el hot dog de pulpo a la brasa con salasa vizcaína, queso San Simón y mayonesa de kimchi o la zorza de rape con patatas fritas y huevo.
LA GRAN MARISCADA
El Olmos es uno de los pocos establecimientos que se mantienen de aquel proyecto de gastroespacios que el mercado de abastos de Pontevedra puso en marcha en su primera planta en el 2019. Y lo es, en buena medida, gracias a la iniciativa que tuvo su propietario, Francisco Javier Olmos, de ofertar la posibilidad de cocinar y consumir allí los productos que se comprasen en la plaza. «Esa idea me ha salvado el negocio», reconoce Olmos.
La mecánica es la habitual en estos casos: el cliente baja a la plaza, recorre los puestos, elige el producto que le apetece comer, se lo sube a Francisco Javier (eso sí, antes de las 13.00 horas) y él se lo prepara y se lo pone en la mesa. Cocido o a la plancha.
El gastrobar Olmos trabaja fundamentalmente con mariscos y pescados. «Aunque alguna carne también nos llega a veces, pero suele ser la excepción».
El perfil del cliente del Olmos es el de turistas, peregrinos y grupos de excursionistas. «Tenemos de todo, desde gente que aprovecha para pegarse la gran mariscada hasta pandillas que sencillamente se toman unos mejillones y unos vinos». La tarifa que pagan a mayores de lo que el producto les ha costado en el mercado es de 5 euros por especie, si es a la plancha, y 4 euros, si es cocido. Independientemente de la cantidad de cada producto. Con una excepción, las centollas. «Ocupan mucho en la cocina por lo que cobro 5 euros por cada dos que cuezo».
Aunque a veces se lo solicitan, el propietario del Olmos no hace recomendaciones acerca de dónde comprar la materia prima. «Todos los puestos de la plaza tienen calidad. Yo solo les aconsejo que la recorran, que pregunten y que comparen», comenta, al tiempo que añade que las peixeiras están encantadas con la iniciativa. «Todo lo que les suponga mover mercancía es bueno para ellas. Incluso informan a los turistas de que pueden comprar el pescado y el marisco allí y que después yo se lo cocino».
Además de los productos que sus clientes le llevan desde el mercado, el Olmos también cuenta con una pequeña oferta de tapeo, con propuestas como pulpo á feira, zamburiñas, croquetas y ensaladas.
El gastrobar Olmos abre de martes a sábado, desde las diez de la mañana hasta las cuatro de la tarde.
UNA CARTA EN BLANCO
Desde los ventanales y desde la terraza del Beiramar se puede ver a las mariscadoras trabajando en los parques de cultivo de almeja de Carril. Apenas a unos metros. Como no podía ser de otro modo, los bivalvos son protagonistas en este restaurante marinero abierto hace menos de un mes. Hasta en ocho elaboraciones distintas propone las almejas el Beiramar: a la marinera, a la sartén, en salsa verde, picantes, en wok con noodles, con pulpo y con cocochas de bacalao.
Pero la gran sorpresa de la carta del Beiramar te la llevas cuando llegas a la hoja dedicada a los pescados. Está completamente en blanco. Tan solo con una anotación: «Échale un vistazo a nuestra pescadería».
Es entonces cuando el cliente tiene que levantarse y acercarse hasta los expositores en los que se le muestra una notable variedad de pescados y mariscos. «Viene la pescadera y los repone cada día. Es decir, que no es fresco de anteayer, es fresco de hoy», explica Juanjo García, propietario del negocio.
La oferta del restaurante carrilexo depende, por tanto, de lo que cada jornada entre en lonja. Salmonetes, sanmartiños, rodaballos, rapes, lenguados o cabrachos son los más frecuentes.
El cliente se acerca al expositor de la pescadería, elige la pieza —que ya lleva su precio indicado—, la coge él mismo y se le prepara al momento. «Me gusta que sean ellos mismos quienes cojan los pescados», narra Juanjo. «Porque tú a lo mejor le sugieres uno pero ello te dicen: ‘Es que me tiene mejor pinta ese’. Entonces yo les digo: ‘Pues, venga, cógelo tú mismo’».
Otro tanto ocurre con los mariscos. Están a la vista y es el comensal quien elige en el momento el que quiere y la cantidad que desea. «Imagínate el placer de tomarte unas cigalas y un albariño al atardecer mirando a la isla de Cortegada», apunta el hostelero.
El Beiramar dispone de seis mesas en el comedor y cuatro en la terraza. Cuenta además con otra terraza para aperitivos y combinados. Cierra los martes por la tarde y miércoles todo el día
LA PLAZA ES LA DESPENSA
No solo de monumentos y de historia vive el turista en Santiago. De unos años a esta parte, uno de los lugares de obligada peregrinación es también el mercado de abastos. Que no deja de ser «un monumento gastronómico». Allí, junto a los puestos de pescados, carnes y verduras está también, desde el 2003, un restaurante. El primero con el que contó la plaza. Como Mariscomanía lo bautizaron sus fundadores, Ramón y María, los padres del actual propietario, Ramón Isorna.
Fueron ellos quienes tuvieron la feliz idea de ofrecer a sus clientes que comprasen el producto en la plaza y ellos se lo cocinaban y se lo servían. «En realidad, la idea surgió a raíz de que unos clientes les llevaron unas sardinas que habían comprado en uno de los puestos y le dijeron que si se las podían preparar. Fue entonces cuando a mi padre se le encendió la bombilla», recuerda Ramón, quien cree que el suyo fue el primer establecimiento de España en implantar este modelo de negocio.
Entonces, por la elaboración y el servicio les cobró el 10% del precio de las sardinas. Hoy Ramón cobra 6 euros por comensal. Sin límite de compra. Da igual si le llevas solo una nécora que dos kilos de cigalas y un chuletón.
Mariscomanía prepara mariscos (cocidos o a la plancha) y carnes (siempre a la plancha), pero no pescados ni derivados del calamar.
La mecánica es bien sencilla. No es posible reservar por teléfono. A partir de las diez de la mañana, quien le lleve en mano el producto comprado en la plaza, reserva mesa, hasta completar las 12 con las que cuenta el local. Ramón se lo prepara y se lo sirve a la hora indicada. «Para mí es ideal porque nunca pierdo producto ni tengo que almacenar mercancía. Para los tenderos también es bueno porque la mayoría son turistas, es decir clientes que de otro modo no les comprarían. Y para los comensales también es ventajoso, porque les sale más económico que ir a comer a una marisquería y tienen la calidad garantizada, ya que son ellos mismos quienes eligen la materia prima».
Los mariscos que con más frecuencia le llegan a Ramón son centollas, bueyes, cigalas, navajas y bivalvos. En cuanto a las carnes se impone el chuletón de ternera o de vaca vieja
A mayores de los productos que los comensales pueden comprar en la plaza, Mariscomanía dispone de una pequeña carta de raciones con pulpo á feira, empanadas, pimientos de Padrón, solomillo, secreto y ensaladas.
Mariscomanía abre de martes a sábado de 10 a 16 horas. De julio a septiembre también abre los lunes.
El restaurante dispone además de un servicio para llevar. El cliente compra el producto, Ramón se lo cocina y lo comen donde ellos quieran. El importe de ese servicio es el 20% del tique de compra.