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Las bodegas que cuentan la historia del vino en Galicia

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Guillermo Hermo y Manuel Bellod, gerente y propietario del Pazo de la Cuesta, junto a las barricas en las que se elaboraba el vino antiguamente
Guillermo Hermo y Manuel Bellod, gerente y propietario del Pazo de la Cuesta, junto a las barricas en las que se elaboraba el vino antiguamente ALBERTO LOPEZ

Los romanos trajeron la vid y los monjes perfeccionaron los cultivos, pero fueron estas empresas las que hace ya cinco siglos dieron a conocer la producción gallega al mundo

31 may 2023 . Actualizado a las 20:19 h.

Pazo de la Cuesta presume de ser la bodega «más antigua de Galicia»

Si de algo puede presumir el Pazo de la Cuesta es de historia. Un documento acredita que corría el año 1608 cuando un sacerdote de Quiroga legó a su nieto, Álvaro de Losada y Somoza, la conocida como Casa Grande de La Cuesta «y como buen cura que era, hace una detallada descripción de en qué consistía la propiedad», cuenta Guillermo Hermo, gerente de la finca. Ahí ya figuran las hectáreas de viñedo «e incluso los litros de vino que había en la bodega, lo que nos hace pensar que esta pudo haber sido fundada a mediadas del siglo XVI». Entonces, el vino se comercializaba a granel «y conservamos las típicas barricas de madera que se usaban en el transporte», sostiene. No es de extrañar, así, que aquí presuman de «ser la bodega más antigua de Galicia».

  

El gerente de Pazo de la Cuesta, Guillermo Hermo, muestra la colección de botellas del vino que se elaboró en esta finca durante siglos
El gerente de Pazo de la Cuesta, Guillermo Hermo, muestra la colección de botellas del vino que se elaboró en esta finca durante siglos ALBERTO LOPEZ

A lo largo de los años, Pazo de la Cuesta ha estado siempre ligado al mundo del vino. Porque la siguiente en heredar la propiedad fue Pastoriza Flores de Losada quien, junto a su marido, Manuel Batanero Montenegro, la convierten en una de las bodegas de referencia de la época. «Él era abogado de la reina Isabel II, un hombre con mucho poder», asegura Hermo. Así que amplía el viñedo y el pazo y hasta «modifica el recorrido que iba a tener el tren. El tren que unía Galicia con la meseta iba a pasar por el margen norte del río y él negocia para que pase por Ribas de Sil y por delante de la finca», asegura Hermo. Este es, quizás, el momento de más esplendor de la finca, cuando esta es completamente autosuficiente y abastece a los mercados locales. También es entonces, a partir del 1960, cuando se apuesta por embotellar el vino y hacer promoción del mismo. Chateau La Côte, Vino Higiénico de Mesa Añejo del Castillo y Granja de la Cuesta, Vino Tostado Añejo del Palacio y Granja de la Cuesta y hasta una sidra se convierten así en los primeros vinos etiquetados del norte de España. «A partir de 1866, tenemos varias referencias de participación en certámenes nacionales e internacionales», asegura Hermo,

Manuel Batanero Flores es el siguiente heredero de esta finca. «Era muy conocido por sus coches y su llegada a la Ribeira Sacra en uno de los pocos Rolls-Royce que había entonces era todo un acontecimiento», cuenta Hermo. Pero El Batanero, que así era cómo se le conocía en la zona, presencia un día una serie de declaraciones y enfrentamientos hacia su persona que se toma como una afrenta, «y la familia se va y tarda cuarenta años en regresar». Manuel Batanero Maseda, el siguiente heredero, abandona el cultivo del viñedo y, hacia los años 80, el padre del actual propietario, que también heredó la finca, recupera el viñedo y se lo alquila a una empresa local.

Catorce generaciones después de que comenzara esta historia, Manuel Bellod Álvarez hereda esta propiedad y se propone poner en valor y recuperar este espacio. Quiere convertirlo en un referente del enoturismo, pero también devolverle a sus vinos el esplendor de antaño. En el 2020 lanzaron sus primeras elaboraciones y, actualmente, hay dos tintos y dos blancos elaborados con toda la historia que tienen las cepas de esta finca.

Pazo Baión, la finca con la primera gran plantación de albariño

Aseguran en Pazo Baión que su historia resume la de la comarca en la que se ubica, la de O Salnés. Porque esta emblemática propiedad, que presume de tener una de las primeras grandes plantaciones de albariño, fue fundada por la nobleza, estuvo en manos de un indiano, fue víctima de la irrupción de determinadas familias vinculadas con determinados tipos de negocio y terminó recuperando su esplendor gracias al bum de la denominación de origen Rías Baixas y de una cooperativa, Condes de Albarei, que apostó, hace ahora quince años, por convertirla en un centro de referencia del enoturismo gallego. Si hay una constante en la historia de esta finca esa es, sin duda, el viñedo y la elaboración de vino.

Pazo Baión fue, hasta hace solo unos años, la plantación de albariño más grande de Galicia, con una extensión de 22 hectáreas
Pazo Baión fue, hasta hace solo unos años, la plantación de albariño más grande de Galicia, con una extensión de 22 hectáreas Martina Miser

Cuenta el libro redactado por Xosé Fortes y en el que la bodega recopiló la historia de esta finca, que el mayorazgo de la Casa de Fontán, solar en el que se asienta el pazo, ya existía a mediados del siglo XVI. Hasta tres linajes pasaron por él: los Sarmiento, los Varela Seixas Sarmiento y los Ozores Silva Varela Sarmiento. Numerosos escritos ya dejan constancia, entonces, de que el viñedo era uno de los cultivos que había en la finca. «O cultivo do albariño consérvase nas propiedades nobres, porque as variedades brancas estaban pensadas para o desfrute dos señores, mentres que as tintas eran un alimento para o resto da poboación», añade Xavier Zas, director de la bodega. Según algunos de los testamentos de los antiguos propietarios, la finca contaba ya entonces con 50 ferrados de viñedo.

La época noble de Pazo Baión llega a su fin cuando sus propietarios se arruinan, en parte, por apoyar económicamente la causa perdida de rey de Portugal, don Manuel II. Y es entonces, en 1915, cuando es adquirida por el indiano Adolfo Fojo Silva, un vecino de Caldas de Reis que hizo fortuna con un negocio de importación de tejidos en Buenos Aires. Convencido de que esta podría convertirse en una rentable explotación agropecuaria, construye una vaquería y una bodega, pues quería dedicarse al cultivo de la vid y la elaboración de vinos y, al mismo tiempo, al manejo del ganado vacuno para la producción de leche. Es él quien construye buena parte de los edificios que hoy se encuentran en la finca, como una gran bodega en la que se trabajaba por gravedad: la uva entraba por la parte superior e iba cayendo a otros niveles inferiores para facilitar la elaboración de vino. Cuando el indiano fallece, la finca fue vendida a diversas sociedades e incluso fue ofrecida al Concello de Vilanova para que abriera una escuela agraria, algo que nunca sucedió.

Nueva etapa

La última etapa de esta propiedad la está escribiendo, desde hace quince años, Condes de Albarei. «O bum de Rías Baixas revaloriza este tipo de propiedades e fai que xurdan proxectos coma o noso», explica Zas. Desde que se han puesto a trabajar, la antigua Casa de Fontán se ha convertido ya en el mejor rincón enoturístico de España y de su viñedo, con una extensión de 30 hectáreas, sale uno de los primeros vinos de pago de Galicia, el Pazo Baión.

 

Cuñas Davia: «Aquí se elabora vino desde hace 800 años»

No se puede hablar de la historia del vino sin hablar de la Iglesia, del papel fundamental que los monjes desempeñaron para desarrollar el cultivo de la vid. De eso saben mucho en Cuñas Davia, una bodega de O Ribeiro que se asienta sobre la que en su día construyeron los monjes del monasterio de San Clodio. «Sabemos que aquí se elaboró vino de antiguo, incluso antes de los romanos. Pero cuando se convierte en un territorio vitivinícola es a partir de la Edad Media, cuando los monjes de San Clodio pasan de ser benedictinos a cistercienses», cuenta Alberto Úbeda, socio gerente junto a su hermana María de esta bodega. Los monjes, añade, introducen avances en la gestión de la viticultura y crean granjas, «y uno de esos asentamiento es Cuñas».

Alberto Úbeda posa junto al lagar del siglo XII que acredita la antigüedad de la bodega restaurada por Cuñas Davia
Alberto Úbeda posa junto al lagar del siglo XII que acredita la antigüedad de la bodega restaurada por Cuñas Davia Santi M. Amil

Puede que en esta bodega ya no se cultiven las mismas viñas que hace 800 años, ni se utilicen los mismos sistemas de conducción, pero Alberto está convencido de que si algo hace especial sus vinos, además del mimo que pone en ellos, es esa historia. «Nuestros vinos tienen una tipicidad muy marcada y creo que eso viene del territorio, pero también de que en esta bodega se elabora vino desde hace 800 años. Sus piedras están impregnadas de todas esas levaduras y, de alguna manera, se lo transmiten al vino. Creo que si hiciera el vino en otro lado, no saldría igual».

Porque el origen de las construcciones que hay en Cuñas hay que buscarlo en el siglo XII. «Nació como una construcción para el pueblo en la que había un edificio que era una bodega y otro que era un lagar», asegura Alberto. Una curiosidad es que es uno de los primeros edificios que se construye para ser una bodega, «Antiguamente, las bodegas eran cuevas o bajos de una casa, pero esta fue una construcción concebida para elaborar vino», asegura. Durante siglos, esta propiedad fue arrendada por los monjes a particulares hasta que, con la desamortización de Mendizábal, pasó a manos privadas y se subastó.

La historia de Cuñas regresa en 1957 cuando el abuelo de Alberto compra un lote compuesto por los edificios, una hectárea y media de viñedo y otra de monte. Era agricultor y ganadero y tenía una tienda en Esposende, así que se dedicó también a hacer vino. «En aquella época venían los tratantes y almacenistas a comprar los vinos de O Ribeiro», explica. La propiedad fue heredada, posteriormente, por su padre, que era juez y no se dedicaba a la agricultura, «pero era su vocación y su pasión, así que cuando se jubiló empezó a recuperar viñedos en la zona», añade. Logró reunir dos hectáreas en una sola parcela y, en el 2004, fundó una sociedad para dar el relevo a sus hijos. Así fue como Alberto y María tomaron el testigo de Cuñas. «Venía de ser un negocio familiar, que vendía el vino a amigos y conocidos», cuenta. En el año 2009 dejó su trabajo de ingeniero industrial y se centró en la bodega. Su primera misión fue ocuparse del viñedo, unir las parcelas de su abuelo en un pago que hoy ocupa ocho hectáreas. Ahora cree que O Ribeiro precisa recuperar el prestigio perdido, aquel del que gozaba cuando sus vinos eran exportados por Europa y se cotizaban a dos veces y medio los de Burdeos. «Históricamente, los vinos de O Ribeiro fueron excelentes y de los más valorados. Eso sigue ahí y hay que ponerlo en valor», dice convencido de que la calidad es la única apuesta posible.

A Coroa, la bodega que nació sobre un castro

Aseguran en A Coroa que detrás de su historia está el amor entre un coronel del ejército y una moza de la zona, en cuya dote figuraba la bodega. Puede que, a estas alturas, no haya forma de comprobar la veracidad de esa afirmación, pero lo que sí se sabe a ciencia cierta es que esta explotación vitivinícola fue fundada hacia el año 1750, en un enclave donde anteriormente había un castro prerromano, y de hecho en la zona han aparecido varios restos arqueológicos que así lo confirman. La edificación fue abandonada hasta que en el año 1999 Roberto Fenández García y Ángel López Vicente decidieron comprarla y devolverle parte de su esplendor, además de recuperar su historia. No solo utilizaron materiales de la zona en su rehabilitación, sino que trataron de conservar todo lo que entonces se encontraron, empezando por la cueva, un elemento típico de las bodegas de Valdeorras.

Marta Sertaje posa al lado del respiradero de la cueva de la bodega A Coroa
Marta Sertaje posa al lado del respiradero de la cueva de la bodega A Coroa Santi M. Amil

«Aquí estamos muy cerca de las Médulas, considerada la mayor mina de oro a cielo abierto del imperio romano, y de La Pala, que era otra explotación minera más pequeña. Así que se creía que la gente que trabajaba en ellas vivía en este asentamiento», cuenta Marta Sertaje, comercial de la bodega. La zona, que desde siempre se conoció como A Coroa, debe su nombre «a que está situada sobre un promontorio, corona ese promontorio», añade. Hoy, desde ahí se ve A Rúa pero, en otros tiempos, «podían ver pasar a las legiones romanas», añade. Pero no fue hasta el año 1750 que la familia Conti decidió poner a funcionar una bodega que, entonces, se dedicaba a la venta del vino a granel. El apellido italiano de la familia da un punto de veracidad a la historia del coronel que, enamorado de una joven de la zona, decidió quedarse. «Tenían una bodega para abastecerse y para producir vino a granel», cuenta Sertaje. Según les ha contado la familia que les vendió las instalaciones en el año 99, la bodega pasó a manos de Belisario Conti Enrique, que siempre residió en A Rúa, pues aquí nació en el siglo XIX y murió en 1929. «Él se fue a Santiago a estudiar Medicina, pero luego volvió y ejerció de médico rural», añade. Finalmente, la bodega acabó en manos de sus sobrinas-nietas, que fueron las que la vendieron a sus actuales propietarios.

La restauración

Cuando Roberto y Ángel adquirieron la bodega, esta estaba en ruinas y solo se conservaba la estructura de la cueva, los arcos y algunas piedras. «Quisieron recuperar la bodega sin tirar nada de lo que existía. Abajo está la cueva original, un sistema bajo tierra que ayuda a conservar el vino, y se recuperó también el respiradero original, además de todos los arcos y muros», cuenta Marta. No pasó lo mismo con el viñedo, que fue preciso replantar para apostar por variedades autóctonas. Porque A Coroa quiere seguir presumiendo de ser una de las bodegas más antiguas de Galicia, pero con una nueva apuesta por los vinos de calidad.