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Scorpions convirtió el muelle coruñés de Calvo Sotelo en una catedral del rock duro

Andrés Rey / A. A. A CORUÑA

VEN A GALICIA

La banda sacudió A Coruña con sonidos consistentes y llenos de nostalgia

14 jul 2023 . Actualizado a las 10:25 h.

Los años no han conseguido arrebatarles el espíritu del rock and roll. Los cinco integrantes de Scorpions se mueven un poco menos que antaño, pero no importa. El muelle coruñés de Calvo Sotelo enloqueció este jueves al ritmo de sus acordes demenciales. No hubo preámbulos. Y puntuales, poco después de las once de la noche, los primeros acordes de Gas in the Tank retumbaron mientras un anfiteatro de luces surgía sobre el escenario. Tras él, un escorpión gigante se sacudía en un tornado de chispas y parecía el origen de todos los haces deslumbrantes que danzaban entre el público.

«¡Boa noite, A Coruña!», gritó Klaus Meine. Siguieron Make it Real, The Zoo y Coast to Coast. Tras la última de las tres, Rudolf Schenker se colocó en el centro del escenario y alzó su guitarra entre arpegios prodigiosos mientras el público lo veneraba. A Coruña se convirtió en la catedral del rock duro.

Pero todo comenzó mucho antes. A las 20.20 horas se abrieron las puertas, aunque muchos fanes ya llevaban esperando al sol 14 horas. Catorce horas en una cola que ya por la tarde se extendió desde la entrada de la plaza de Ourense del muelle de Calvo Sotelo hasta Alfonso Molina e incluso el inicio de Fernández Latorre: casi 12.000 personas de todos los rincones del norte reunidas, esperando. Pero valía la pena. Todo valía la pena por ver a Klaus Meine, Rudolf Schenker, Matthias Jabs, Mikkey Dee y Pawe? Maciwoda. Todo valía la pena por ver a Scorpions.

Los primeros en entrar se lanzaron a un pasillo ancho flanqueado por carpas donde servían cervezas. Al fondo, más de 150 focos, 72 altavoces y 3 pantallas gigantes se preparaban para la ceremonia. El escenario, imponente, recibía a los fieles y la excitación se contagiaba como una epidemia.

Notas de guitarra eléctrica y latidos de subwoofer convirtieron el asfalto en un mar picado. Eran las suecas Thundermother. «¡Boas noites, A Coruña! Hemos viajado desde Suecia solo para vosotros esta noche!», gritó la vocalista, Linnéa Vikström, en perfecto español. Los motores ya estaban en marcha y los hicieron rugir con temas como Driving in Style, Whatever o I Don't know you.

Cuando ellas se despidieron, expectación. Mucha. Había llegado la hora. El escenario era un muro que separaba dos ejércitos a punto de colisionar. A un lado, 12.000 fanes de Galicia, León, Asturias, País Vasco... Al otro, cinco hombres con mucha vida a las espaldas, que llevan desde los años 60, cuando fundaron la banda en Hannover, moviendo las almas de millones de personas, y ahora estaban aquí, en A Coruña, preparadas para hacerlo una vez más. Y el muro cayó.

Con los primeros compases de Gas in the Tank el público enloqueció: gritos, silbidos, saltos, empujones. Una jauría de escorpiones con un solo líder: el rock duro. En la mitad del concierto llegaron los primeros clásicos y la ciudad vació los pulmones coreando Send me an Angel y Wind of Change, que dedicaron a Ucrania.

«Is there really no chance to start once again?» (¿de verdad no hay forma de volver a empezar?), gritó el público en los bises, con Still Loving You. Rock You Like a Hurricane colocó el broche final a un concierto inolvidable, cuyos ecos resonarán durante años en A Coruña.