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El sueño cumplido de un nieto de la emigración: «Mi abuelo marchó para Brasil y no regresó, yo he cruzado el charco para no volver atrás»

Ana F. Cuba ORTIGUEIRA / LA VOZ

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De izquierda a derecha, Reinaldo, Olga y sus hijos, Ricardo, Sabela y Jorge, con la casa rural al fondo
De izquierda a derecha, Reinaldo, Olga y sus hijos, Ricardo, Sabela y Jorge, con la casa rural al fondo

Reinaldo Rodríguez, director general de una multinacional india, ha encontrado en una aldea de Ortigueira «paz» y un proyecto empresarial para la jubilación que ya ha puesto en marcha

22 mar 2024 . Actualizado a las 19:18 h.

Hay caminos que jamás se tocan y otros que tardan años en cruzarse. Eliseo Rodríguez partió de la aldea de San Lourenzo, cerca de Xinzo de Limia, rumbo a Brasil, a comienzos del siglo pasado. Allí conoció a su mujer, una italiana de origen polaco y bellísimos ojos azules, y allí nacieron sus hijos. El mayor, Jorge, que nunca pisó la tierra de su padre pero hablaba gallego como él, tuvo tres descendientes. El benjamín, Reinaldo, compaginó la carrera militar con los estudios de ingeniería. Con 20 años perdió a su progenitor —«volví de una maniobra militar y ya no estaba»— y con 30, este oficial de infantería del ejército de tierra abandonó las fuerzas armadas.

Después se licenció en Administración y Dirección de Empresas y ocupó varios puestos de dirección. Hasta 2005, cuando dejó su empleo y viajó a España por primera vez —ningún Rodríguez de San Lourenzo había pisado el país natal de Eliseo, ni entonces ni ahora, salvo él— para cursar un máster en la Universidad de Comillas. «Quizá fue por mis lazos... ese vínculo lo había metido en un cajón, solo me provocaba dolor, tristeza», recuerda. De este lado del Atlántico, aquella morriña latente resurgió. Tenía 39 años, y un profesor, nada más empezar y conocer su perfil profesional, le ofreció un cargo en una filial de Telefónica: «Volví a Brasil como CEO [director general] de la empresa».

Ahí su vida dio un «giro total». Conoció a la que iba a ser su mujer, Olga Ruiz, madrileña de Tres Cantos. Con ella y sus tres hijos, Sabela, Jorge y Ricardo, volvió a atravesar el océano hace nueve años para establecerse en Madrid, donde residen. De Telefónica pasó a otra compañía —donde sigue— para liderar un proyecto relacionado con la ciberseguridad en una multinacional india, con oficinas en España, Dubái o Portugal. Con 58 años, Reinaldo se confiesa: «Siempre mantuve la humildad, la serenidad, los pies en el suelo... el glamur de dirigir una gran empresa con 40 años, eso ya lo viví, no quiero más». Ahora busca «algo para ir desacelerando» su vida, «muy demandante a nivel físico y mental», una salida hacia la jubilación: «No quiero pasar del traje un viernes al pijama el lunes».

Hace menos de un año, ese proyecto comenzó a dibujarse. «Tenemos algunas inversiones inmobiliarias y siempre hablábamos de que el próximo paso sería comprar una casa, restaurarla y transformarla en un pequeño hotel o casa rural. Y Galicia era un plan», relata. Su primera visita a la tierra de su abuelo fue hace 18 años, cuando su mujer le programó un viaje sorpresa al monasterio de Santo Estevo, en Ribas do Sil, «espectacular». El plan Galicia se aceleró cuando, ojeando la web aldeasabandonadas.com, descubrió O Vilar, una vivienda de Mera de Arriba (Ortigueira) cuyos muros narran la historia de varias generaciones de la familia del cariñés Manuel Guerrero, que la restauró para dedicarla al turismo rural desde 2003.

«Me encanta, es el mejor sitio del mundo, paso todo el día en la finca vestido como un agricultor, que es lo que debería haber sido, no sé por qué la vida me ha llevado por este camino», reflexiona Reinaldo Rodríguez.

Él y su mujer firmaron la compraventa el 10 de marzo, unos meses después del primer encuentro con Manuel en O Vilar. «Salimos y fuimos al mejor banco del mundo [el de Loiba], y allí llamé para decir ‘‘nos quedamos con la casa'', con Olga gesticulando ‘‘estás loco...''».

Una jubilación de ensueño

Los Rodríguez Ruiz se han volcado con este alojamiento situado «en medio de la nada», expresión que usan los huéspedes con significados dispares, al menos recién llegados. Una vez que se han despertado oyendo los pájaros, rodeados de frutales y bosque, en la ladera de ese valle verdísimo, en medio de la nada es ya el paraíso, el que ha encontrado aquí Reinaldo, el único de los Rodríguez de San Lourenzo que ha tenido «la valentía», dice, de «dinamitar todos los puentes» con su país natal y buscar arraigo en otro continente, el de su abuelo.

Ya han empezado a redecorar la vivienda y pretenden rehabilitar otras dos construcciones de la finca para ampliar los servicios y crear su hogar junto al hospedaje.

De momento, Reinaldo alterna el estrés de la oficina y los viajes de trabajo con «la paz» de O Vilar, donde le gustaría acabar sus días: «Mi abuelo se fue a Brasil y no regresó, yo he cruzado el charco para no volver atrás». Eliseo emigró por necesidad. Un siglo después, su nieto lo hizo persiguiendo una quimera. Entre los huéspedes no deja de predicar: «No abdiques de tus sueños».