Por sus platos de cocina tradicional, por su decoración, por su ambiente familiar... Estos locales son los más representativos y genuinos. Aquí comes fuera, como en casa
29 sep 2023 . Actualizado a las 11:59 h.Pocos halagos satisfacen más a un hostelero que el que un cliente le diga que en su local se ha sentido «como en casa». Bajo esa concepción nacieron muchas de las tradicionales casas de comidas que subsisten a lo largo y ancho de nuestra geografía. Muchas de las cuales enfatizan esa familiar condición añadiendo el término casa a su denominación.
En Lalín, Carlos Cuñarro, fue aún un paso más allá y en el 2005 bautizó su negocio como Fogar de Breogán, en alusión a los versos de Pondal y a esa condición de «hogar de todos» que pretende ofrecer a quien hasta allí se acerque. «A miña idea sempre foi facer algo diferente, moi enxebre e moi de aquí», explica. Y «de aquí» es, efectivamente, su propuesta gastronómica, su arquitectura, los elementos que la decoran, la música que suena y el espectáculo con el tradicional conxuro de la queimada con el que se amenizan las cenas de los fines de semana.
La sensación de hogar rezuma en cada rincón de este restaurante, que complementa su oferta con un pequeño hotel rústico. Todos los muebles son de madera y hechos a mano. La decoración se completa con utensilios de oficios tradicionales, a los que dedica uno de sus comedores temáticos. Otro está dedicado al pan (también con elementos que se utilizan en su elaboración), otro a la música (ornamentado con varios instrumentos y un pequeño escenario que acoge actuaciones en directo), y otro al fuego, con la gran lareira de piedra como elemento central.
«A xente maior di que o restaurante lle lembra ás casas da súa infancia», relata Cuñarro con orgullo. Porque eso es precisamente lo que él buscaba con esta ambientación: un lugar confortable y acogedor, en el que la gente se pudiera sentir como en familia.
A ello contribuye también la carta de Fogar de Breogán. Su oferta se fundamenta en el producto gallego, con propuestas como pulpo, orella, churrasco, parrillada de verduras o el cocido (en temporada). Si bien añade algunas incorporaciones importadas como el rodicio brasileño (que incluye picaña y croca acompañada de feijão, arroz, ensalada, plátano frito, salchicha, pavo con beicon y piña con canela).
Además, todos los platos, excepto algunos postres, son aptos para celíacos.
Y si llamativo es su interior, no lo es menos su exterior. Un manto vegetal cubre todo el tejado de Fogar de Breogán. No fue por buscar una estética hobbit, sino porque tras el incendio que calcinó sus instalaciones en 2020, su propietario procuró una solución ecológica, sostenible e ignífuga.
PEDRA FURADA (Carballo)
El restaurante Pedra Furada de Carballo lleva solo 17 años de actividad, pero bien podría decirse que es de toda la vida, dado el esmero, la filosofía y el producto que usan en cada uno de sus platos, con una relación de calidad y precio que está en la parte más alta de la tabla. Aquí es posible comer, de martes a viernes (cierra los lunes) como en casa. Mucha cuchara: sopa, caldo de temporada (va ligado al cocido de grelos o repollo, que se ofrece de segundo y en cantidad nunca escasa), lentejas, fabada, judías, choupa guisada, empanada, churrasco, carne ao caldeiro, arroz, potaje, chuleta asada, filetes de pollo, ternera, crema de verduras, ensaladilla… Platos generosos, de excelente sabor y todo hecho en cociña de hierro. Y mucho más, porque la anterior es solo una lista indicativa de lo que se puede encontrar según el día en su menú del día, el que sale por 13,5 euros con postre incluido (un euro menos sin postre)...
y que puede consultarse a diario desde el mediodía para saber qué se puede pedir. Tampoco hace falta reservar (aunque muchos lo hacen), y se mantiene la costumbre de llegar, esperar y sentarse en el comedor de dentro o en la terraza. Incluso en las mesas junto a la barra, si hay mucha gente o por preferencias, y en esto también es de los de toda la vida. Tiene carta, claro, a diario y sobre todo el fin de semana, aunque los sábados y domingos la parrilla casi es la que manda. También de martes a jueves, pero menos, al preferir los clientes el menú. Cocina tradicional, con productos en su mayoría del mercado carballés, de proximidad, bajo los mandos de Carolina Santos Muñiz, la titular, junto a su marido Andrés Mata.
MESÓN DO VITA (Ourense)
Con el bum de la cocina moderna parece que cada vez es más difícil toparse con las clásicas casas de comidas. Esos lugares en los que el punto fuerte son los platos caseros y tradicionales, sumados a la rapidez en el servicio y a una atención cercana y familiar. Todavía quedan mesones con estas características en Galicia. En Ourense, una de las casas de comidas de referencia es la que abrieron Juan Carlos González y María Nieves Blanco hace trece años. Este matrimonio, natural de Cudeiro, montó el Mesón do Vita. «Llevamos 33 años trabajando juntos. Antes de este restaurante tuvimos una cafetería en la zona universitaria de Ourense, el Vita 2», cuenta Juan Carlos. El primero fue el restaurante que abrieron sus padres cuando él tenía 4 años. Se llamaba Casa Vita y estaba en Cudeiro. Allí aprendió el matrimonio todo lo que sabe sobre hostelería: «Mi mujer no tenía ni idea de cómo freír un huevo cuando empezamos a salir. Los fines de semana a mí me tocaba ayudar en el local, así que como queríamos vernos, ella venía conmigo y mi madre le iba enseñando cosas en la cocina».
Ahora hay pocas cocineras que superen la producción de María Nieves a diario. Y es que en el Mesón do Vita trabajan con menú. «Cuesta 15 euros y tenemos esta opción todos los días del año. Da igual que sea fin de semana o incluso festivo», aclara Juan Carlos. Todo lo que hacen es casero, gallego y siguiendo las elaboraciones de toda la vida. «No nos gusta disfrazar la comida. Creemos que lo auténtico es lo que triunfa», añade el hostelero ourensano. Su plato estrella es el guiso de carrilleras y el de bacalao. También hacen carne richada, lacón asado, chipirones, xoubas, almejas a la marinera, navajas a la plancha, merluza a la gallega y rapantitos. «Tenemos muchísima gente a diario, la verdad, y creo que el secreto está en la relación calidad-precio y en el cariño que le ponemos a todo», concluye Juan Carlos.
O BALADO (Boqueixón)
Tras su paso por la hostelería «convencional», Roberto Filgueira y Marta Fernández lo tenían muy claro cuando decidieron abrir O Balado, en Boqueixón, en junio del 2014: «No queríamos que pareciese un restaurante, sino que estás en casa de un familiar o de un amigo», explican. Buscaban además un modelo de negocio que les permitiese conciliar, integrarse en el entorno y tratar al cliente como merece. Y para conseguirlo habilitaron un espacio en una casa labrega en el que solo cuentan con cinco mesas. Con un ambiente informal y al tiempo acogedor, con una decoración sencilla, vinilos sonando y el fuego en la lareira. «Queríamos recuperar la sensación del momento de la comida de antaño».
También quisieron que su oferta culinaria participase de esa filosofía: «Tras pasar por varios hoteles y restaurantes, en O Balado decidimos desnudar nuestra cocina, hacerla más sencilla y buscar el sabor primigenio de cada producto».
Su propuesta no se basa en una carta sino en dos menús, uno con 6 platos y otro con 9. Los entrantes vienen dados por Marta y Roberto. El día que hablamos con ellos ofrecían un puré con vieira ahumada en la propia lareira, foie de Verín con higos de la finca que circunda el restaurante, fabas verdes (las primeras que había dado su huerta esta temporada), croquetas de buey de mar, bonito de Burela, xarda en escabeche y merluza con mayonesa de ajada. Como plato principal, el cliente podía escoger entre gallo celta de corral, cordero, cochinillo, rabo de vaca de Bandeira o solomillo, también con la misma procedencia. «Para nosotros esto no es solo un negocio, es un proyecto de vida», explican Marta y Roberto. Y no es difícil entender por qué.
CASA CASTOR (Ribadumia)
A sus casi 80 años, Arturo Fontán sigue siendo un excepcional anfritión. De aquellos de vieja escuela. De atención exquisita, sonrisa perenne y preocupación permanente. Quien entra por la puerta ya forma parte de su familia. Y la cocina de su local es fiel a esa esencia. No hay trampa, cartón, ni fuegos de artificio. Y es que lleva Arturo Fontán dedicado a las hostelería buena parte de sus casi 80 años. Los últimos trece, al frente de Casa Castor, en Leiro (Ribadumia). «Aquí, me siento feliz, no me siento cansado», asegura con una honestidad que no deja lugar a dudas. Como la de su cocina. Concebida a fuego lento y con la calidad del producto como principal argumento. «Yo solo le pongo una pequeña dosis de cariño y respeto, nada más».
Arturo se encarga, con sus extraordinarias y atentas maneras de hostelero de vieja escuela, de que en Casa Castor cada comensal se sienta como en la casa propia. También él se siente así. No son sus clientes. Son sus invitados. Sus amigos. Solo así es posible seguir manteniendo tamaña ilusión en una profesión tan propicia a los sinsabores. La oferta de Casa Castor es tan sencilla como honesta. Una docena de propuestas, condicionadas siempre por la temporada. Ahora, por ejemplo, se acabaron las luras y comienzan los choquitos. «De la ría, por supuesto. Aquí no entra nada congelado», matiza Arturo. En un mes, los bruños y la caza —con la perdiz y el venado como platos estelares— se sumarán a una oferta en la que siempre hay que tener en cuenta incontestables como las almejas a la sartén, la croca, las cocochas de merluza, la raya en caldeirada o el cordero estofado al estilo de la abuela (los domingos).