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La catarsis de Luca: de acabar el Camino de Santiago sin un euro a encauzar su vida con el apoyo del albergue Xoán XXIII

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

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Luca Ghezzo afirma que «haber sido ayudado me ha demostrado la necesidad de apoyar al prójimo». Esa idea «me da fuerza y ganas de trabajar cada día como captador en una oenegé, llueva o haga frío. Me gustan las personas, ese trato con el ser humano y poner mi granito de arena», concluye un hombre que ha autopublicado siete libros y uno nuevo viene en camino.
Luca Ghezzo afirma que «haber sido ayudado me ha demostrado la necesidad de apoyar al prójimo». Esa idea «me da fuerza y ganas de trabajar cada día como captador en una oenegé, llueva o haga frío. Me gustan las personas, ese trato con el ser humano y poner mi granito de arena», concluye un hombre que ha autopublicado siete libros y uno nuevo viene en camino. XOAN A. SOLER

El italiano, al que salvó la solidaridad en la capital gallega cuando ya no le tenía ni esperanza, ahora trabaja en una oenegé ayudando a otros

18 dic 2023 . Actualizado a las 09:55 h.

El 2023 ha sido un año de catarsis para Luca Ghezzo y comparte su historia con la aspiración de que pueda servir a otros que, como él, se sientan perdidos en algún momento. Este italiano nació hace 46 años en una isla de Venecia, Pellestrina, donde vivió hasta los 18. «Luego nos mudamos a una isla de al lado», recuerda, y a sus 25 acabó en España, donde estuvo trabajando aquí y allá, sin anclarse a ningún lugar por mucho tiempo. «Hice unas cuantas cosas. La lista es larga, casi infinita, porque siempre fui un culo inquieto. Me dediqué a la música, al teatro, bastante tiempo a la hostelería... llegó un punto en el que el trabajo ya no era algo que me llenaba, sino todo lo contrario. Me vaciaba y ya no me servía sufrir. Como no tengo hijos, pensaba de qué me servía levantarme cada mañana y llegué a plantearme muchas cosas. Me rendí. Ni siquiera sabía qué era capaz de hacer, me sentía incapaz de todo, pero no para andar», relata.

Así es cómo decidió en agosto peregrinar a Santiago: «Fue una entrega a lo desconocido. Cuando empecé el Camino no tenía ninguna expectativa ni esperanzas. Aprendí a soltar, a perder el control y dejarme ir. Me costó mucho dar el paso, después de darme contra la pared una y otra vez, y me he dado cuenta es más fácil seguir luchando en esa inercia de la infelicidad que rendirse». Se marchó con el equipaje y dinero justo. Llegó a Compostela y continuó luego andando hasta Finisterre y Muxía. Regresó ya sin recursos a la capital gallega en busca de un techo bajo el que dormir, ya que, durante su aventura jacobea, un hombre le había hablado del albergue de Xoán XIII. Allí encontró el apoyo que necesitaba para reencauzar su vida y empezar de cero.

«Entré el 11 de septiembre, si no recuerdo mal, y estuve un mes y medio. Yo tenía claro que no quería quedarme en ese sitio. Tener un trabajo era mi prioridad», indica Luca, quien realizó varios cursos durante su estancia en la institución franciscana, donde además recibió orientación laboral. «Yo también me lo curré para encontrar empleo. Iba a la biblioteca todos los días y entraba en internet para ver las ofertas que iban saliendo. Ese trabajo tenía que hacerlo yo, no es algo que llegue solo y me parece que es lo correcto. Te dan las herramientas y tú tienes que poner de tu parte para alcanzar tus metas», sostiene. En octubre empezó como captador de una oenegé. «Es una labor que me gusta. Vi la convocatoria y me salió una sonrisa. Ahora me toca a mí, pensé. Cuando me llamaron sentí que todo lo que había vivido me había preparado para este puesto. En otra época no estaba concienciado como ahora y se necesita esa conciencia de base», afirma. Siente que era de justicia, después de haber remontado gracias a la solidaridad ajena (en el albergue y otras instituciones sociales, como la Cocina Económica de Santiago), ser ahora él quien ayuda a otros.

El 4 de noviembre es una fecha que lleva grabada a fuego en su memoria. Es el día en que se mudó a un piso compartido. «Tenía la necesidad de volver a ser adulto y valerme por mí mismo, de demostrar a cuantos me apoyaron que podía hacerlo, con toda la gratitud del mundo. Durante mi época en el albergue volví a ser un poquito niño: te dan una cama, un sitio donde ducharte, te planchan la ropa y hay unos horarios. Tiene que ser así. Tiene que haber un orden y unas normas», dice Luca, quien destaca la profesionalidad y humanidad que encontró en Compostela, una ciudad en la que —por primera vez, en mucho tiempo— no le importaría echar raíces.

Hace años, comenta, trabajó de músico en A Coruña, pero Santiago le fascinó: «Ver tanto verde, tantos árboles, lo cuidado que está el casco antiguo, el aire que se respira... Esta es la meta del peregrinaje y se queda impregnada esa energía. Creo que, después de haber vivido en tantas ciudades de España, he dejado de escapar. Aquí se está bien... en el fondo, soy yo el que estoy bien y lo asocio a este lugar. Santiago mola y, encima, me da oportunidades», dice con voz animosa un hombre con notable humildad que quita hierro a su historia.