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Andrés Suárez: «Me enfrento con quién sea para decir que Pantín es la playa más bonita que hay en el mundo»

VEN A GALICIA

Andrés Suárez en la terraza del restaurante Las Olas, uno de sus favoritos en Pantín.
Andrés Suárez en la terraza del restaurante Las Olas, uno de sus favoritos en Pantín. JOSE PARDO

El artista ferrolano se instala todos los veranos en la casa de sus abuelos para disfrutar de la calma

15 sep 2024 . Actualizado a las 20:09 h.

Difícil aplicar el concepto de veraneo a la profesión de músico. Máxime cuando se juega en la liga de Andrés Suárez, artista con la agenda abultada y toda una estructura profesional detrás que impide el «cerrado por vacaciones». Sin embargo, igual que su admirado Antonio Vega, él también tiene un sitio de recreo muy particular: una casa en Pantín a la que acude siempre que viene en esas vacaciones interruptus.

—¿Qué hace habitualmente en los veranos?

—Estoy en Galicia. Por la familia, pero si no, estaría igual. Soy de la Galicia norte, no de la masificada del sur. Ojo, que amo San Vicente do Mar, O Grove, Sanxenxo y todo. Pero la Galicia desconocida que no me la toquen. Son cinco o seis grados de diferencia de temperatura y un nordés que no perdona y arrasa. Pero yo crecí con eso. No todos mis veranos eran de playa. No siempre había playa en agosto. Eso me marcó. Toda la zona de Ortigueira, Cariño, Cedeira y Valdoviño son lugares que jamás están masificados y comes en los restaurantes sin hacer colas. Es maravilloso.

—Cuénteme la historia de la casa en donde se instala en verano.

—Es la casa de mis abuelos, en Pantín. Y se ha transmitido de generación en generación. Ahora es la casa de mis padres, de mis hermanos y la mía, cuando voy. Y convivimos todos allí.

—¿Se juntan todos en plan casa de locos? ¿No es eso un caos?

—[Risas] No somos tanto de eso, pero por una cuestión de calendario. No somos de grandes fiestas. Pantín invita al silencio, la reflexión y ponerte una buena música en los casos y caminar. Somos muy de sobremesa y charla tras la comida. Aquí es muy diferente. Aquí no hay sonido de discoteca de fondo. Hay sonido de mar.

—¿Se siente turista en su tierra?

—Yo me crie ahí. El dolor de un gallego que se va por trabajo es sentirse a ratos turista en su propio hogar. No quiero estar solo tres veces al año, me gustaría estar 142. Porque yo no elegí Madrid por voluntad propia, sino porque aquí es donde se cocía todo en la música. Pero ahora vuelvo y hago la ruta del turista: Semana Santa, verano y Navidad.

—¿Qué cosas hace sí o sí cuando está allí?

—Sigo practicando surf y bodyboard de manera muy poco profesional [risas]. También hago remo con mi padre, me encantan los deportes de mar. Camino muchísimo también. Estoy muy conectado con la naturaleza. Yo vivo en Torrelodones en la sierra de Madrid. Pero la contaminación, los 40 grados de verano y el que se te seque la garganta y la nariz de la falta de humedad que hay no lo lleva bien un gallego.

—¿Alguna fiesta de obligada asistencia?

—El Festival do Mundo Celta de Ortigueira, que es una tradición familiar. Es impresionante y hay que vivirlo. De hecho, no me gustan en absoluto determinados comentarios despectivos y desinformados de lo que se ha convertido el festival y del tipo de público que va. No, señor. El festival es un homenaje a la música donde uno, si pone el oído, puede flipar muchísimo. Y, bueno, como no hable de las fiestas de Pantín me matan, pero si soy sincero, no soy mucho de ir a bailar a la verbena. Debería hacerlo más.

—Habla de ir a caminar. ¿Por qué sitios lo suele hacer?

—Buff... Los miradores de Baleo, Cedeira y su paseo marítimo, el puerto de Cariño, toda la playa de Pantín... Elige la que quieras, la de la izquierda, que es Porto Carrizo, y la de la derecha, que es Marnela, que son muy diferentes pero fascinantes. Para mí Pantín es la playa más bonita que hay del mundo y me enfrento a quien quiera para decirlo. Es espectacular.

—¿Hay algún restaurante o bar especial para usted allí?

—Hablaría de O Castro en Pantín. Es un lugar con unas vistas tremendas a la playa. Es tremendo. Y luego hay otro, que está en la propia playa y es flipante. Dejas el café, la cerveza o el vino y caminas 20 pasos y te bañas. Se llama Las Olas. Entre O Castro y Las Olas la gente puede alucinar, porque tienen una comida de precio asequible y espectacular.

—Dice que no está masificado. A veces, la gente no quiere hablar mucho de sus paraísos particulares, no vaya a ser que se «peten».

—Eso yo no lo comparto del todo. Hay muchísima gente que vive de este sector y a mí, que soy turista, me gusta ser bien recibido. No concibo eso de tratar mal a una persona que viene a dejarse su dinero y su tiempo en un restaurante, bar, sala de copas o lo que sea. No creo que vayamos a encontrar en la playa de Pantín, situada a 600 y pico kilómetros de Madrid, el caso de lo que por desgracia está sucediendo en Mallorca o Canarias, de un turismo descontrolado. Aquí no es el caso. Es bueno que haya hoteles que se llenen y restaurantes que se llenen, que la gente se lleve un gran recuerdo del sitio y ganemos todos con eso.

—¿Qué recuerdo juvenil tiene de esos veranos?

—Aquí toqué por primera vez la guitarra. Mis veranos eran la habitación con la ventana abierta viendo el limonero de mi abuelo. Escuchando Los Secretos, Nacha Pop, Extremoduro, Heredeiros da Crus, NOFX, Rancid..., todo. Intentaba buscar los acordes con la cinta para adelante y para atrás. Lo que empezó como un juego y una diversión terminó convirtiéndose en mi vida entera.