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De perdidos a Rinlo: una experiencia laberíntica total

S. Estrella / Y. G.

VEN A GALICIA

xaime ramallal

El «Juego del calamar» versión percebe. El mismo Wally se lo pasaría pipa aquí, en la parroquia ribadense, en uno de los laberintos más grandes de España

06 sep 2024 . Actualizado a las 22:58 h.

Siguiendo la carretera, una vez llegados a Rinlo, me adentro en el Parque Recreativo Laberinto Costa Mariña, que cuenta con uno de los laberintos más grandes de España.

11.00 horas. Cuando cruzo el umbral del laberinto hay niños correteando entre los pasillos. «Se suele tardar entre 45 o 50 minutos», me indica el responsable, Juan Manuel Azcona. Estoy confiada. Me explica, además, que aparte del reto de salir del propio laberinto, hay cinco pistas que se pueden recopilar, indicadas por pequeños dibujos: una vieira, un cangrejo, un pulpo, una langosta y un percebe. Este último es el símbolo local, con fiesta propia y todo. Me desea suerte.

11.13 horas. Se oye el mar bruar. Significativa banda sonora contra las rocas, a lo lejos. También gente exclamando: «¿Es por ahí? ¿Dónde estáis? ¡El pulpo!». Alguna que otra madre desesperada: «David, ¡no te pierdas!» Nos seguimos entre nosotros. Nos damos pistas mutuamente. Hay muchas risas y caras de diversión, y los padres se dejan guiar por sus avispados hijos.

11.21 horas. Diviso el mirador central, por encima de los setos de pino que conforman las paredes de este laberinto. Estoy convencida de que me voy acercando a él. ¡Aleluya!

11.28 horas. Llego al mirador. Aunque muchos de nosotros hemos tenido que retroceder sobre nuestros pasos y enfrentarnos a varios pasillos, Pero... Uf! No exit. La mayoría acabamos llegando a la estructura de madera sin mucho problema. En lo alto se ve todo más fácil y no da la impresión de que el laberinto ocupe unos 4.000 metros cuadrados. Pero está claro que la vista me engañaba.

11.43 horas. Bajo del mirador. Doy muchas vueltas, estilo yoyó. Me cruzo a alguna familia que ya ha encontrado múltiples símbolos. Yo, ninguno. Les pregunto cuánto tiempo llevan buscándolos. El abuelo, entre risas, me contesta: «Tres días y medio». Al menos se le ha hecho eterno, lo que me hace sentir algo mejor.

11.55 horas. Me empiezo a desesperar. Creo haber pasado por el mismo sitio ocho veces. Un hombre me ve, ya estresada y dice, riéndose también: «¿Habéis traído bocadillo?». Estaba claro que no íbamos a salir de allí pronto. Yo indicaba a sus hijos que ese camino que estaban tomando estaba cortado. Y el de al lado, también. Y el otro, probablemente, también... Arg!

12.03 horas. Unos se daban pistas a otros: «Por ahí no puede ser, ya hemos estado». Algunos se agobian y aceleran el paso. Otros siguen a sus amigos, alegremente. Yo, más que estresarme, me empiezo a enfadar. Nunca he destacado por mi capacidad de orientación —más bien lo contrario— pero esto ya pasa de castaño a oscuro.

12.16 horas. Empiezo a rendirme. Llevo más de una hora aquí. Aún así, el orgullo propio predomina y sigo andando, muy probablemente en círculos viciosos, a riesgo de marearme.

12.32 horas. Por encontrar salidas, no encuentro ni la de emergencia. No sé si llamar al helicóptero Pesca 2.

Test de paciencia

Ya fuera del laberinto (no desvelaré los secretos, no sabría cómo ni pondré mi mano en el fuego si me obligan a confesar sobre si hice trampas), sigo escuchando gritos. Muchas risas. Alguna discusión. A muchos, estos setos de pino, que están muy muy bien colocados, les ponen algo exasperados con su pareja o con su hermano cuando no encuentran la salida, según relata el encargado del laberinto, recordando que una vez tuvieron que «sacar» a un usuario tras dos horas y media dentro. La gran mayoría, niños y adultos, muestra su lado más divertido, colaborativo y paciente. Como en el patio del cole, los alumnos nos tratamos de chivar entre nosotros la respuesta correcta: muchas veces equivocados, pero siempre compartiendo.