Una familia peregrina: «Pedaleamos 116 días, con un niño de 8 años, de Viena a Santiago»
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Sole, Alex y su hijo Theo hicieron el Camino de Santiago desde agosto a diciembre en bicicleta, recorrieron más de 4.000 kilómetros y durmieron en gimnasios o iglesias
07 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El Camino de Santiago aglutina muchas experiencias y formas de hacerlo. Cada peregrino decide tiempos, rutas y hasta formato —caminando, corriendo o en bicicleta, entre otras— para asegurarse un mínimo de cien kilómetros que lo llevarán hasta su ansiada compostela. Y como siempre sucede en la vida, algunos dan más que otros. Este es el caso de la familia formada por Sole Simon, de origen chileno, Alex Patzold y Theo, su hijo de 8 años, ambos de Argentina, que en la actualidad residen en Austria.
Precisamente, el 15 de agosto comenzaron una andadura de unos cuatro meses, que finalizó el 4 de diciembre en la plaza del Obradoiro. 116 días, con la casa a cuestas, para sumar 4.037 kilómetros, los que separan su ciudad de residencia —Viena— de Santiago.
Theo va en la bici de carga con su padre, mientras que Sole pedalea con todas las pertenencias. «Llevamos carpa, sacos de dormir, colchonetas inflables, abrigo, algún alimento y casi cualquier pertenencia que necesite una familia», cuenta el progenitor. Por el camino, fueron descartando alguna que otra cosa.
El cansancio físico se convirtió en cansancio, sobre todo, mental. No solo por la distancia acumulada —que también—, sino porque esta experiencia es todo un reto familiar. «Fueron casi cuatro meses, en los que estábamos 24 horas al día, y siete días de la semana los tres juntos. Lo máximo que nos separábamos eran 50 metros entre bicicletas», recuerda Alex.
Lejos de ser un camino fácil, decidieron vivirlo al estilo más crudo. Atravesaron cinco países y en todos confiaron en la bondad humana. «Dormimos en parroquias, en lugares vinculados a la iglesia que nos dieron acogida, hemos dormido en gimnasios, en salas de música, de meditación, en oficinas eclesiásticas, en cámpings en día de lluvia e, incluso en una plaza», expone Alex, quien junto a Sole, trabaja en una estación de esquí en El Tirol, una región en medio de los Alpes. «Yo estoy en los medios de elevación y Sole es quiromasajista en un hotel de cinco estrellas que tiene nuestro pueblo», señala el argentino, aunque reconoce que sus actividades profesionales solían ser otras en el pasado. «Yo trabajé en administración durante muchos años, Sole es psicóloga», señala. Juntos escriben libros.
Durante el transcurso de la peregrinación, preferían no llevar la cuenta de las etapas que sumaban y solo se limitaban a contar los días. «Nos levantábamos a eso de las siete de la mañana, desayunábamos y ya salíamos. En función de la etapa, hacíamos un descanso unos 20 o 30 kilómetros después para recargar baterías o responder correos. Y luego, continuábamos entre 10 y 20 más», indica Sole.
Las tardes las aprovechaban para que Theo siguiese el método de escuela en casa. Para ello, fue necesario el visto bueno del Gobierno austríaco y un plan pedagógico de la materia escolar. «Él sigue un sistema de educación a distancia argentino y, luego vamos trabajando gramática, dictado y matemáticas con él», cuenta su madre.
Sin embargo, ambos consideran que al pequeño este tipo de experiencias le enseñan mucho más. «Conoce a personas, aprende a desenvolverse bien con pequeños o grandes. Aprende a vivir con incertidumbre, sus preguntas típicas siempre eran: “¿Cuánto falta y dónde vamos a dormir hoy?”. A veces tenía respuesta, y a veces, no», destaca su madre.
Otros caminos
Pero no solo el pequeño se lleva lecciones. El camino también ha marcado a sus padres: «Como familia nos enseña que, en ocasiones, hay cosas que parecen imposibles, pero juntos lo podemos lograr. También que hay factores que no están en nuestra mano y no dependen de nosotros, como por ejemplo que llueva, truene o haga sol. En estos momentos, aprendimos a recalcular y a adaptarnos», analiza Sole, con una clara deformación profesional.
Esta no es la primera vez que se lanzan a hacer una aventura de este tipo. Theo, por ejemplo, sopló las velas de su segundo cumpleaños en una etapa del Camino Francés, cuando recorrieron 825 kilómetros en 45 días. Entre el 2021 y el 2022, hicieron el Austríaco, que va de Bratislava a Kufstein y suma 725 kilómetros a pie.
Esta vez, se decidieron a pedalear durante todo este año por una mezcla de razones: «Somos creyentes, hacemos este camino por una cuestión espiritual, pero también porque viajar nos reconforta y queremos enseñarle el mundo a Theo desde otra perspectiva», dice Alex.
Un futuro albergue
Con todo, esta peregrinación también supuso un coste económico. Trabajaron durante dos años, sin descanso, para poder ahorrar y estar cuatro meses sin sueldo y empleo. Es más, poder empezarlo, tal siquiera, fue todo un esfuerzo en sí mismo: «Primero, tuvimos que conseguir el permiso del Gobierno de Austria para poder tener la escuela en casa con Theo. Después, enviarles un plan pedagógico y esperar a que lo aceptasen. También tuvimos que explicarles a nuestros jefes que teníamos este deseo. Nos costó su tiempo», recuerda Sole.
Lejos de lo que uno podría pensar, no le prestaron mucha atención a la preparación física. «Un par de días probamos a hacer una ruta de 25 kilómetros», comenta Alex. En el camino, terminaron completando etapas de entre 30 y 50 kilómetros al día.
Antes de su llegada a la catedral, reconocían que estaban cansados. Sin embargo, su corazón y sus ganas tiraban más que la cabeza. «Por una parte querías llegar, pero por otra no. Siempre es un antes y un después hacer el camino», comenta Sole. El 15 de diciembre retomaron sus trabajos en la estación de esquí austríaca. Eso sí, con una idea que no se les quita de la cabeza: «Poder abrir un albergue para devolver al camino todo lo que nos ha dado».