El grupo británico repasó su correcta trayectoria en el festival Noroeste de A Coruña con solvencia y elegancia
14 ago 2022 . Actualizado a las 20:15 h.No pasarán seguramente UB40 a las enciclopedias de la historia de la música pop, como sí lo harán, por ejemplo, los Madness que tocaron en el mismo escenario del Noroeste hace ocho años. Pero el sábado en la playa de Riazor de A Coruña daba la impresión que a las miles de personas se dejaban querer por su música con suaves bailoteos no les importaba mucho. Ese sonido —suave, sedoso y envolvente— logró la cima comercial en los primeros noventa. Un montón de años después dibujó una sonrisa de satisfacción en el Noroeste, recordando y haciendo recordar aquellos días de gloria en los que su versión del Can't Help Falling in Love de Elvis se convirtió la banda sonora —deseada u obligada— de la España post 92. Sobre la arena sonó de última, mostrando nítidamente las arrugas de sus arreglos electrónicos un tanto desfasados. No, no ha envejecido nada bien aquella formulación moderna, por mucho rap con la que se sirva en el año 2022.
Curiosamente, la apelación al megahit resultó lo más criticable de un concierto que, en términos generales, no estuvo nada mal. Porque si UB40 son un grupo correcto, esa corrección se plasmó con excelencia sobre las tablas. Enmarcada en ese aniversario que llevan celebrando desde 2018 (las proyecciones ponían «40 years» al lado de «since 1978» sin que a nadie le dieran las cuentas), la banda hizo lo previsible: un repaso a un repertorio plagado de versiones, ofreciendo el lado más depurado y pop de la música jamaicana. Comandados por Matt Doyle y Robin Campbell, abrieron con Present Arms, un tema de sus primerísimos tiempos. Pronto empezaron a rescatar canciones ajenas con Here I Am (Come And Take me). Gozando de un sonido estupendo —el mismo que tuvieron Tanxugueiras y Zahara en la jornada previa—, se mostraron precisos y elegantes. Estetas del ritmo sincopado del reggae y detallistas en los arreglos, se movieron entre el pasado y el presente con soltura.
«Este tema lo grabamos cuando este chico aún no había nacido», decía Cambpell antes de Please Don't Made Me Cry. Se refería a Doyle quien, con elegancia british y americana de lana, sustituye al cantante original Ali Campbell y resuelve satisfactoriamente la papeleta. Después, fue el percusionista Norman Lamont Hassan quien tomó el micro para cantar Broken Man, potente pieza de la última hornada. Se marcó unos bailes descacharrantes y se metió al público en el bolsillo. Este asistió a un suceder de temas —Blue Eyes Crying In The Rain, Sweet Sensation y Cherry Baby, entre otras— con latido rítmico perezoso y aderezados de ecos y todo tipo de recursos de la biblioteca dub.
Al final, lo que todo el mundo aguardaba. Un Red Red Wine que emergió como un clásico de otro tiempo sonando estupendamente en este. Un Kingston Town que planeó sobre la audiencia con idéntica prestancia. Y, finalmente, el Can't Help Falling in Love al que nos referíamos el principio, éxito masivo de un grupo que cumplió con lo que se podía esperar de él. Ni más ni menos.