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El análisis de 33 tumbas desvela cómo eran los habitantes de Santiago y cómo se convirtió en ciudad

Raúl Romar García
r. romar REDACCIÓN / LA VOZ

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Más de la mitad de las personas enterradas en la antigua necrópolis entre los siglos IX y XII eran de fuera y llegaron a Compostela en dos grandes migraciones

20 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Santiago se levantó como ciudad a partir del descubrimiento de los restos del apóstol, entre los años 820-830. hacia el año 825. Pero, ¿cómo fue ese proceso?, ¿cómo y quiénes eran sus primeros habitantes? El análisis de 33 cuerpos de la antigua necrópolis, que luego dio lugar a pequeña capilla construida por Alfonso II el Casto y más tarde a la catedral actual, levantada encima de las tumbas, ha permitido reconstruir una historia que relata un cambio rápido y profundo auspiciada por la llegada de un gran número de emigrantes, bien en busca de refugio de la dominación árabe o como peregrinos.

«Santiago era una ciudad de oportunidades», explica Patxi Ramallo, investigador del Max Planck Institute for Geanthropology de la Facultad de Medicina del País Vasco, donde realizó su doctorado gracias a una beca de la Fundación ‘la Caixa'.

Su trabajo, en el que también ha participado el equipo de Atapuerca, se ha visto recogido en un estudio publicado en la revista científica Archaeological and Anthropological Sciences, en el que revela que durante los tres primeros siglos de la ciudad de Santiago (IX-XII) más del 50 % de las personas enterradas en la necrópolis eran de fuera.

«Santiago fue una ciudad cosmopolita desde muy temprano. Era una ciudad que estaba naciendo y necesitaba trabajadores», atestigua Ramallo. Pero en la ocupación de la urbe se pueden apreciar dos movimientos migratorios diferenciados. En una primera época, coincidiendo con la aparición de las reliquias del apóstol y hasta el año 950, aproximadamente, acogió a ciudadanos de las aldeas del entorno y a emigrantes de otras zonas de la península, como Mérida y de la actual Madrid y sus alrededores, que vivían bajo el control del Califato y que muy probablemente buscaron refugio en el Reino de Asturias, con Santiago como una de sus plazas emergentes.

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En una segunda etapa, hasta el siglo XII acudieron a la capital gallega ciudadanos del norte de la península, pero de otros reinos, y extranjeros que vivían en lugares con un clima parecido, como el sur de Francia y de Inglaterra o de Italia. Venían, en este caso, atraídos por la fama que había adquirido la urbe compostelana, donde esperaban encontrar un lugar que les permitiese mejorar su calidad de vida.

Y sí que lo hallaron. Los cambios sociales y económicos quedaron reflejados en su dieta, según el análisis realizado por los investigadores. «Los cambios ya se empezaron a apreciar casi desde el principio a su llegada a Santiago y ya en las primeras etapas de crecimiento de la ciudad. Cuando llegaban tenían una dieta pobre basada en mijo y luego fueron introduciendo un mayor consumo de carne, pescado y marisco. No comían como los burgueses, pero sí trataban de imitarlos. Y ya en el siglo IX se observa esta transformación”, apunta el antropólogo.

«Santiago -expone Ramallo- era una ciudad cada vez más rica y donde la gente podía prosperar, porque tenía tantos peregrinos como Roma o Jerusalén. Una muestra de esta riqueza es que la primera capa de pintura del Pórtico de la Gloria era de oro y lapislázuli».

Desde el principio, Santiago empezó a mostrarse como una ciudad, con una jerarquía social muy clara. Los artesanos, comerciantes, herreros y otros profesionales trataban de imitar en sus gustos, a medida que fueron medrando, a burgueses con cierto nivel económico.

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Esta diferenciación de clases también se ha observado en los enterramientos. Había una zona destinada para las tumbas de la clase alta, que se situaban justo en la entrada de la antigua basílica levantada por Alfonso III y que sucedió a la pequeña capilla construida por el rey de Asturias Alfonso II el Casto. «Creían que cuanto más cerca estuvieran de las reliquias, más probable era la intervención del apóstol en su favor tras su muerte para poder salvar su alma en la vida eterna», apostilla Patxi Ramallo. 

Luego estaba la zona común, localizada justo debajo de la nave principal que hoy ocupa la catedral, que se empezó a construir en el 1075, y a pocos metros después de la entrada de la antigua basílica. Era un entorno de gran concentración de sepulturas, que incluso estaban superpuestas, en algunos casos con hasta 3 y 4 niveles.

Había una segregación de clase, pero no de género, porque las mujeres estaban enterradas con los hombres en todos los casos. «Me llamó la atención que la diferencia de estatus fuera más por motivos sociales y económicos que por el género», precisa el investigador.

Las dataciones de radiocarbono realizadas por los científicos también encontraron otro dato revelador. Todos los individuos enterrados eran de entre los siglos IX y XII, lo que no significa que nunca hubo una ocupación sueva o visigoda del lugar, tal y como se creía. Tras el abandono del lugar en la época romana, los primeros habitantes construyeron sus casas y fueron enterrados entre los restos romanos, reutilizando estos materiales para la fabricación de tumbas.

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Por medio de técnicas como la antropología física, los investigadores crearon un perfil de cada persona: su edad al morir, su sexo, su estatura, traumas y comprobaron si habían padecido alguna enfermedad. Una vez hecho, fueron tomadas dos muestras pequeñas de cada uno de los individuos investigados para analizar, un diente y trozo de costilla, dejando sus restos en el mismo lugar en el que fueron enterrados.

Este proyecto de investigación ha sido posible por una colaboración de expertos e instituciones internacionales como el Instituto Max Planck de Alemania, la Universidad de Oxford, la Universidad Complutense de Madrid, o la Universidad de Estocolmo, que han permitido realizar una primera aproximación a este lugar único dentro del panorama arqueológico español e incluso europeo. El trabajo ha permitido estudiar por primera vez el surgimiento de una ciudad en torno a uno de los lugares de peregrinación más importantes del cristianismo medieval, y hoy en día del catolicismo. «A pesar de estos grandes avances, aún quedan muchas preguntas por resolver en torno a estos primeros habitantes que con nuevas tecnologías y con futuros trabajos, seguramente podamos seguir descubriendo», advierte Patxi Ramallo.