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Lorenzo Silva: «Galicia era una cuenta pendiente»

Ana Abelenda Vázquez
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VEN A GALICIA

Lorenzo Silva en O Cebreiro, uno de los escenarios de «La llama de Focea».
Lorenzo Silva en O Cebreiro, uno de los escenarios de «La llama de Focea». Carlos Ruiz B.K.

Estudió Derecho porque no pensó que podría llegar a vivir de escribir, tiene memoria de elefante y en 20 años no ha logrado juntar cuatro semanas para hacer el Camino de Santiago. «El problema es que tengo cuatro hijos y varios trabajos», explica. La tinta criminal del autor de «Castellano» fluye por Samos con la más reciente investigación de Bevilacqua y Chamorro, atrapando lectores

25 dic 2022 . Actualizado a las 18:28 h.

Su único mecenas, desde hace 25 años, es el lector. Y este es, para él, el mejor mecenazgo que existe. Lorenzo Silva (Madrid, 1966) no encaja en el molde, señala, de escritor redentor que quiere mejorar el mundo. Como mucho, aspira a «refinar la conciencia» de sus semejantes, sin dar la chapa. Su memoria abruma. Admite que tiene el don de recordar sin esfuerzo. «Tengo una pequeña enfermedad que me ayudado a aprobar y a escribir... no sé si tanto en la vida», bromea quien se decidió a estudiar Derecho porque nunca creyó que llegase a vivir de la literatura.

La más reciente investigación de Bevilacqua nos lleva desde Lugo hasta Barcelona, ciudad a la que el inspector llegó en los días del sueño olímpico y que en el otoño del 2019 verá incendiarse con la llama de una rabia que viene de lejos. Una llama que tiene relación con la veinteañera hallada muerta en estas páginas.

­—¿Qué tal en O Cebreiro, cómo le ha acogido en la presentación este otoño de «La llama de Focea»?

—Muy bien, porque sois generosos, muy cálidos, muy agradecidos. Tenéis famas de suspicaces, pero mi experiencia con los gallegos siempre ha sido la contraria.

­—Primer caso en Galicia para Bevilacqua y Chamorro. ¿Era una cuenta pendiente?

—Sí, tenía esa cuenta pendiente. Y tengo no pocos amigos gallegos, incluso una amiga jueza que siempre me contaba todas las historias de las Rías Baixas... ¡Será por material! Lo que yo no quería era acercarme a Galicia con los tópicos más obvios. Como es una tierra que conozco, quería una historia que me funcionara en una clave en un poco más profunda. Y le di vueltas hasta que se me ocurrió lo del Camino. El detonante del libro fue algún caso que ha habido.

­—¿El crimen de la americana Denise Thiem, que movilizó al FBI y destapó al «depredador del Camino»?

—Sí, pero el Camino es seguro. Imagínate la cantidad de países del mundo donde sería fuente enorme de disgustos una ruta de 900 kilómetros donde va la gente andando por el campo... Es muy seguro. Ese caso real está ahí, pero luego la ficción no tiene nada que ver. Me llamó la atención lo difícil que fue resolverlo, la investigación de la muerte de una persona muy lejos de su entorno, que puede no tener conexión con el autor del crimen. Esa parte me atrajo en plan: «Aquí hay mimbres para montar una investigación con algo diferente». Llevaba cuatro años dándole vueltas a esta novela y, finalmente, me pareció que el Camino era una buena manera de mostrar el corazón de Galicia. Suele hablarse mucho de la costa, del mar. Pero a mí me atrajo irme a esta Galicia interior y al primer tramo del Camino. Yo no he hecho el Camino...

­—¿Pero no lo ha hecho en coche?

—Sí, pero nunca he tenido esas cuatro semanas desde hace los 20 años que llevo pensando en hacerlo. ¡Soy un desgraciado! El problema es que tengo cuatro hijos, varios trabajos...

—Y lo dice riendo. ¿Cómo le da vida?

—A partir del tercero, te da todo igual. ¡Como te quedas sin manos...! Recorrí el primer tramo del Camino despacito con el coche, mirando, y en Samos encontré el rincón ideal para lo que quería contar.

—Nos conquista saber que Bevilacqua lee a Domingo Villar.

—Es la primera vez que Bevilacqua lee una novela negra contemporánea. Es de esos policías que no leen novela policíaca, a los que yo entiendo muy bien. A los que no entiendo bien son a los que me vienen a pedir a la firma...

—¿Por qué?

—Porque leer una aficionado contar su día a día profesional es muy generoso. Cuando sucedió lo de Domingo, estaba escribiendo la novela y me quedé estupefacto y hundido. Pensé en algo que sucede, mal que nos pese, aun cuando alguien ha hecho algo valioso para los demás. La inercia es el olvido. Quien ha conocido a alguien valioso casi tiene una obligación, siento, de luchar contra ese olvido. Me imaginé a Bevilacqua leyendo los libros de Domingo y lo que encontraría en ellos. Domingo Villar es un autor de novela negra que miraba el alma y el corazón de las personas. Bevilacqua sintoniza bastante con eso.

—En «La llama de Focea» hay un ajuste de cuentas con nuestra historia, con el «procés». Y una vuelta a la Barcelona olímpica del 92. ¿Está idealizada?

—Para Bevilacqua, doblemente idealizada, porque es el lugar donde fue joven, donde se enamoró. Pero los que tenemos la experiencia de haber conocido aquella Barcelona y haber vivido después en Barcelona, vimos que fuerzas que eran pujantes en aquella Barcelona hoy están desmayadas. Yo, como alguien que quiere a Cataluña desde hace tiempo, quiero que resuciten pronto. Los seres humanos fracasamos, fracasamos cuando no valoramos lo que debemos valorar. Pero todos nos equivocamos. Yo no quería que Bevilacqua fuese un Pepito Grillo.

—Dice que ha escrito esta novela como le ha dado la gana. ¿Libertad plena?

—La creación hay que ejercerla en completa libertad y, si no, mejor trabajar en una compañía de seguros. El creador no puede renunciar a esa libertad. Pero la libertad tiene peajes, te granjea incomprensiones, antipatías, recelos y hasta aborrecimientos. Yo una de las cosas que más le agradezco a Bevilacqua es haber hecho que mi único mecenas es el lector, que lleva acompañándole desde hace un cuarto de siglo. Es un milagro, el mejor mecenazgo que existe es el del lector.

-Alguna vez ha señalado que la literatura va contracorriente, que tiene más que ver con Marcel Proust que con Rosalía «despechá»...

-Sí, pero yo lo decía reconociendo la inteligencia de Rosalía. Ahora, los grandes aciertos de la literatura son contracorriente, son gente escribiendo lo que no se debe escribir. Cuando Marcel Proust presentó su primera novela todos se rieron de él. Y a Kafka le pasó igual.