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El Camino, un imán de población: decenas de peregrinos se asentaron en el rural de Lugo

Uxía Carrera Fernández
UXÍA CARRERA LUGO / LA VOZ

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Solos, en pareja, en familia, por amor o por trabajo, caminantes de todo el mundo ralentizaron la pérdida de habitantes en concellos del interior

28 abr 2023 . Actualizado a las 12:09 h.

Si no fuera por el Camino de Santiago, sería mucho más difícil que en aldeas del interior de Lugo estuviesen viviendo personas de Madrid, Cataluña, Alemania o Australia. En estos 30 años como Patrimonio Mundial de la Unesco, la ruta jacobea no solo ha hecho que muchos lucenses pudieran mantenerse en sus pueblos sino que consiguió que familias de otras comunidades y países dejasen todo para asentarse en Lugo.

El Camino no ha evitado que los concellos por donde pasa pierdan población, aunque sí que se ralentice. Eso sí, la excepción es Sarria. El Instituto Nacional de Estadística recoge datos de población por municipios desde el año 1992. La capital sarriana es de los pocos municipios que suma habitantes, aunque por poco, 191 personas más. Podría explicarse por el éxodo rural que también aumentó población en la propia capital de Lugo. Sin embargo, no pasa en el resto de cabezas de comarca del interior, como Chantada y Vilalba, que registraron grandes caídas de población.

Además, en concellos como Samos, Paradela o Palas de Rei, por donde discurre el Camino Francés, en la última década se perdieron unos 150 habitantes menos que desde el 2002 al 2012, cuando todavía no se había construida la gran infraestructura de servicios.

Amor o un cambio de vida

Los peregrinos que se han ido instalando en las aldeas de Lugo coinciden al relatar su experiencia en que «el Camino te transforma», como explicaba el catalán José Mejías, que se trasladó a Sarria tras conocer a su mujer haciendo la ruta. El amor es uno de los condicionantes que animó a varios caminantes a dejar sus países y mudarse junto al lugar donde se habían conocido.

También es el caso del zaragozano José González y la suiza Franciska Kohler. Coincidieron en Fisterra y la conexión fue tal que vendieron sus empresas y empezaron de cero en una aldea de Palas de Rei, donde tuvieron tres hijos. Ahora regentan allí una tienda de artesanía.

Otros peregrinos ya vienen en pareja, como los holandeses Ria Meinema y Ton Jonssen, que, fascinados por la experiencia del Camino, dejaron su trabajo para abrir un albergue en Ponte Ferreira, en Palas de Rei. En ese mismo concello, a la salida del núcleo central, también se instaló el matrimonio alemán de Ursula y Eggert Rohwer, que a sus 75 años vendieron todos sus bienes para iniciar un proyecto de permacultura dedicado a los peregrinos. «El Camino me hizo conectar con la naturaleza como nunca antes lo había hecho», aseguraban.

Para otros peregrinos, caminar cientos de kilómetros les brindó una profunda reflexión respecto a su vida y, sin saber muy bien cómo, les dio la fuerza que necesitaban para acabar con su rutina. Un ejemplo es el del catalán Javier, que cambió radicalmente de vida después de peregrinar para abrir una comunidad alternativa en Samos, o el italiano Efrén, que se instaló en Portomarín para emprender con cocina italiana. La argentina Laura Halçague ni llegó a acabar el Camino porque se quedó en Palas, donde conoció una comunidad con la que encontró su propia identidad.

Albergues, tiendas o trabajo

Los motivos son variados, pero en lo que la mayoría de estos nuevos habitantes del rural coinciden es en querer trabajar en el Camino, en contacto directo con los peregrinos. «Cada día es una aventura», dicen muchos. Es por eso que la mayoría abre negocios en la ruta, una gran parte albergue, como una pareja italiana que gestiona uno en A Balsa, en Triacastela; el matrimonio catalán que regenta en Sarria el Alma do Camiño.

Otros abren tiendas, de artesanía o incluso jabones y remedios naturales para las heridas del Camino, restaurantes, o simplemente se mudan para ser empleados, como la mexicana Biridiana, que es camarera en Samos.

Estas son algunas de las numerosas muestras de que el Camino permite ver a los extranjeros un potencial y una calidad de vida por la que a veces los propios vecinos de la provincia no apuestan. Ocupan casa en las aldeas y abren negocios con la misma conclusión: «Nos enamoramos de Galicia».