El infinito jardín del ministro antojadizo en Pontevedra: de una cueva «volcánica» a 700 especies
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En la finca del pazo de Lourizán, que se puede visitar gratis, existe un vergel botánico de 53 hectáreas con árboles de descomunal valor; la semilla la puso Montero Ríos y su huella persiste
09 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.Dicen que Eugenio Montero Ríos, gallego y preboste de la política española a finales del siglo XIX —fue ministro de Gracia y Justicia y de Fomento—, era un hombre antojadizo. Tenía poder y dinero para serlo. Así que, tras encargarle al arquitecto Genaro de la Fuente el impresionante pazo de Lourizán (Pontevedra) para pasar sus vacaciones, trajo a un grupo de jardineros franceses y portugueses para que lo rodeasen con un vergel. Ahí se puso la semilla de lo que hoy es jardín botánico de Lourizán, donde hay más de 700 especies distintas de todo el mundo; desde las variedades autóctonas a ejemplares exóticos de todos los continentes. Amén de árboles catalogados y protegidos por su singularidad. Pero Lourizán es más que un tesoro en verde. Tiene el imán de lo decadente. Y lo eterno de la historia.
El pazo y su finca están a cuatro kilómetros de Pontevedra. Basta con desviarse en la carretera vieja de Pontevedra a Marín para llegar. Allí, una vez superado el escalofrío que produce la escalinata de ese pazo maltratado —el edificio es centro de una eterna disputa entre la Diputación, su propietaria original, y la Xunta, su titular a raíz de un convenio de colaboración—, toca conocer los sueños que plasmaron en piedra don Eugenio y su mujer, Avelina. Nada mejor que hacerlo de la mano de Agustín, agente forestal y encargado del mantenimiento de la finca. Cuenta él que hay muchas leyendas sobre por qué, a los pies del pazo, el matrimonio construyó una gruta que simula una cueva volcánica. Es la llamada cueva de los espejos, que se hizo con piedra calcárea. ¿Quizás alguno de los dos quería tener un refugio libre de las miradas que podían lanzarse desde el balcón del pazo?
El paseo por la historia se va trufando con la colosal presencia de árboles. Porque la finca de Lourizán, en 1940, con Montero Ríos ya en la tumba, fue cedida al Ministerio de Educación para que abriese un centro de investigaciones forestales; un uso que aún perdura (pero ahora dependiente de la Xunta). Y eso fue clave para que se plantasen todo tipo de especies. Hay arboretos con todas las variedades de castaños, pinos o eucaliptos. La camelia, por supuesto, está representada en todas las variedades —incluso está el ejemplar más alto del mundo, una japónica de 20,5 metros—. Hay plantaciones asiáticas, un pequeño jardín taiwanés, ejemplares de de rimu de Nueva Zelanda... Cada tronco tiene historia, como la de la metasequoia que fue candidata a árbol del europeo del año y que está en Lourizán porque en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, un investigador chino y un japonés encontraron la especie, que se creía desaparecida, y enviaron semillas a distintas partes del mundo. Hay árboles centenarios y otros que se plantan para seguir investigando, como las especies con la que se está vigilando cómo afecta el cambio climático en el arco atlántico.
En medio, de nuevo, las querencias de Montero Ríos. Desde la mesa de piedra que no levanta dos palmos en la que celebraba consejos de ministros y que la hizo así para disimular su baja estatura o el decadente pero aún elegante invernadero de hierro de 1900. Dicen que lo construyó porque vio el semillero del parque botánico de Madrid y quiso uno similar en Lourizán. Don Eugenio, ya se sabe, que tenía caprichos y lisonjas a granel.